martes, 26 de julio de 2011

158.- ¡Cuánta bondad, Eminencia!

El 14 de marzo, viendo que el tiempo era bueno y encontrándose bastante bien de salud, fue a visitar al nuevo cardenal Parocchi, a quien el Papa le había orientado.

“Él escuchó la petición, examinó con mucha atención mis documentos, de los que tengo la copia (porque la Marquesa se ha adueñado de los originales para presentarlos o, creo yo, que por el gusto de regularizar ella misma este asunto). El Cardenal me pidió volver para una información más amplia. Con mucho gusto, Eminencia, porque nosotras queremos depender de usted, incluso en las cosas más pequeñas.

La audiencia viene interrumpida por otra visita urgente: es la marquesa Serlupi, la cual, después de unos veinte minutos, sale radiante; el Cardenal le ha dado hasta las medidas del altar que es necesario hacer enseguida; el lunes por la tarde vendrá un inspector para ver si todo está en regla; el martes o el miércoles se podrá dar la bendición; este día tendremos la primera Misa en Roma... Su Eminencia ha mirado con mucho interés la vieja fotografía de Aulnay, que yo le habría dejado si no fuera la única que tengo y que además está tan estro­peada.

–Pronto veremos así a los pequeños romanos, dijo Su Eminencia.

–Es lo que deseo. Dentro de unos días, cuando tengamos el uniforme para los niños, haremos una fotografía”.

El 19 de marzo escribe triunfalmente: “San José, ruega por nosotros. Primera Misa en la casa provisional de la calle Tasso, 46, celebrada por Mons. Gandolfo, el cual se había ofrecido después de haber donado el altar y la piedra sagrada. Así, el buen Dios se sirve de una persona, hasta ayer desconocida y que parece llena de entusiasmo. Si no fuera tan mayor podría solicitarlo como Superior, y creo que aceptaría, pero con 70 años cumplidos no se puede esperar una vida lo suficientemente larga como para que nos asista hasta que nos establezcamos definitivamente.

La Marquesa volvió ayer por la tarde y puso manos a la obra para preparar el altar, feliz de prestar su colaboración; nos ha traído un alba muy bonita y otra ropa, quizá de su capilla, con el propósito de regalárnosla.

Esta mañana la señora Francisca ha venido y ha traído dulces para todos los niños y una torta para las hermanas. Nosotros decimos: mientras tengamos, comámoslo con alegría; no hemos podido terminar todo, lo que ha sobrado es bueno para toda la semana”.

El 31 de marzo, Madre Le Dieu vuelve a visitar al cardenal Vicario: “El Cardenal está visiblemente cansado, pero se mostró muy benévolo; sabiendo que está muy ocupado, deseo hablarle sólo de una cosa: obtener como director a D. Gregorio, al menos provisionalmente.

–Con mucho gusto, Reverenda Madre, y en penitencia le ordeno que tenga la Misa todos los días, celebrada por él o bien por sus religiosos. En cuanto a usted, sírvase del favor del Santo Padre de recibir dos veces por semana la santa comunión, le haré llegar el Rescripto, mientras, hágalo por obediencia. Además, quiero ir a visitaros para hablar del Cura de Ars, del que soy una ovejita, una pequeña ovejita como usted. Hasta Pascua estoy ocupado por las celebraciones religiosas, pero el 21 de abril, a las cinco, estaré con vosotras.

–¡Cuánta bondad, Eminencia!

–Usted vendrá alguna vez, ¿verdad, hija mía? Hablaremos de sus cosas, de sus preocupaciones.

–Usted me colma de gracias, Eminencia.

–Venga, añade llevándome hacia un mueble de la sala sobre la que se encuentran varios objetos, no sé lo que hay en este paquete, pero se lo doy.

–Su Eminencia sacó una caja grande llena de dulces y de fruta escarchada y, sonriendo, me la regaló”.

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