martes, 12 de julio de 2011

147.- Otro semáforo rojo

A Madre Le Dieu le habían dado vía libre y corría feliz, cuando fue sorprendida por otro ¡stop! Aunque el préstamo del banco estaba garantizado por los mismos administradores, el alquiler era un problema serio. El señor Rossi se ofrece a pagar una parte, pero con la condición de que algunos locales de la casa se cedan a su jardinero. La señora Fanny Tamburini hace sus ofertas de gran benefactora, pero también ella pide para su uso personal una parte de la casa, que por supuesto, no es un palacio real. Y como si no fuera suficiente, en la casa más bien humilde, junto al mobiliario entran también sus ideas: pretende ser la reformadora o cofundadora. ¡La ilustre señora se ha equivocado de puerta! Ante la firmeza de Madre Le Dieu, la simpatía de la señora Fanny se enfría y termina llevando a cabo una persecución engañosa y sutil contra ella.

La maniobra llega a tramarse también en los despachos del cardenal Vicario. Se permite escribir a la Madre que no es bien acogida en los ambientes vaticanos y, ostentando una caridad excesiva, ofrece dos habitaciones amuebladas donde las religiosas puedan estar durante un mes y, terminado éste, ella pagaría el billete para repatriar a las dos francesas.

Los amigos dan la espalda a Madre Le Dieu, dejándola sola ante las dificultades que son siempre nuevas.

La Fundadora, después de una noche sin dormir, decide enfrentarse directamente al Vicario y el 15 de julio de 1882, después de un año de haberle concedido la residencia, se presenta al Cardenal con una relación escrita.

El Cardenal la lee y dice:

–Esto es grave. El Protectorado tiene que ser autorizado directamente por el Santo Padre; yo no tengo nada que ver en esto.

–Eminencia, replica Madre Le Dieu, las gestiones que he hecho y mi paciencia, durante más de un año, hasta cuando ha querido nombrar a Mons. Puyol como director...

–Mons. Puyol me ha dicho que ha encontrado en la casa a una sirvienta y a algún niño, pero que no tienen medios materiales y que no quiere responsabilizarse de esto. Hablaré con el Santo Padre; esto es grave; hay que entregar todas las donaciones y ofertas al santo Oficio; éste es un asunto grave.

Y así la despidieron: desde París y Versalles las mismas calumnias habían encontrado el camino para llegar a Roma. El P. Laurençot no puede hacer nada sino compadecerla porque el Cardenal le ha prohibido interesarse de la Obra; Madre Moginska le aconseja volver a hablar con el Cardenal. “Enséñele el permiso que le ha dado y que quizá ya ha olvidado; dígale que creía que esto era suficiente para abrir la casa, antes de tener la aprobación definitiva”.

Madre Le Dieu anota en su diario: “Pío IX no había oído nunca hablar de mí; cuando tuve la suerte de verlo, escuchó, preguntó y escribió sin que nadie me hubiera recomendado antes. León XIII ha sido prevenido en contra mía de la forma más deplorable, y desde hace un año no encuentro más que obstáculos para poder hablar con él. ¿Cómo podremos hacerle llegar nuestra verdad?”.

Las calumnias, traspasando los confines de Francia, habían llegado hasta el solio pontificio. La señora Fanny había hecho de transmisor.

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