domingo, 31 de julio de 2011

162.- CONCLUSIÓN

No nos consta que la Fundadora haya hecho milagros en vida, pero hizo uno muy grande enseguida después de la muerte: La transmisión de su espiritualidad.

Cuando Madre Le Dieu volaba al cielo, Sor Rafaela tenía poco más de veinte años, y había vivido junto a la Fundadora solamente 18 meses. Nos parece un milagro cómo a esta edad, y en tan breve tiempo, se pueda asimilar una espiritualidad tan fuerte como la de Madre Le Dieu. Madre Rafaela vivió mucho tiempo al lado de la marquesa Serlupi, que era para ella como una madre. A la Marquesa se debe aquel trato exquisito de nobleza romana que la hija espiritual iba adquiriendo de día en día y que la hacía caminar majestuosamente como el hada de la bondad que hace amable la religión, pero el amor de esposa por Jesús Eucaristía, la ternura de madre para con los niños pobres y el espíritu de sacrificio a toda prueba eran herencia inconfundible de la Fundadora.

Cuando la Madre subió al cielo sus hijas Sor San Paul y Sor San Michel sufrieron un cambio de mentalidad, o como se diría hoy, una verdadera metanoia. Fueron como iluminadas por la luz de la santidad que brotó de la Madre, se sintieron herederas de su espiritualidad y de ésta fueron literalmente celosas.

Existe consenso unánime en afirmar que en Francia el espíritu de la Fundadora es genuino y dinámico. El mérito más grande, indudablemente, es de Sor San Paul y Sor San Michel.

Este fenómeno no se deja encuadrar en la lógica humana si se tienen en cuenta los hechos de Aulnay, pero responde perfectamente a la verdad evangélica expresada con la imagen del grano de trigo que, una vez enterrado, da lugar a la espiga: y la espiga de Madre Le Dieu es muy hermosa.

La biografía de Madre Le Dieu es la encarnación de este mensaje siempre actual: Lo que cuenta en la vida no es el éxito, sino amar y esperar.

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