sábado, 23 de julio de 2011

156.- El corazón tiene sus razones que la mente no conoce

El corazón de la Madre no puede olvidar a las religiosas de Aulnay. Ella les escribe cartas que, desgraciadamente, no tienen respuesta. He aquí algunos párrafos:

“Queridas hijas, las almas y los corazones no se separan nunca, están indisolublemente unidos en Dios cuando su intención es recta y pura. Por tanto, considerad esta carta como la conferencia anual que yo misma debería presidir. Tendréis la ventaja, como yo, de conservarla en este escrito, mientras que las palabras se las lleva el viento.

Ante todo, en espíritu de fe, de rodillas, antes de leer, decid como yo antes de escribir: “Veni, Sancte Spiritus... Ave María”.

En la soledad que Dios me concede, con la misma sencillez que en Aulnay, actúo y espero, guiada por los consejos y por la Providencia.

Todo procede con lentitud; pero progresa en lo que se refiere a establecer el centro de la misión de las Auxiliares Católicas en Roma. Según mis deseos, encontrará pronto una casa y un cardenal Protector para ella.

La casa de Aulnay, que yo permito que siga adelante así como se encuentra, tiene que ayudarme en esto. El silencio absoluto de Sor San Paul es más que sorprendente. La idea de unirse a otra comunidad religiosa es un miserable abandono. Es mucho mejor depender de la Santa Sede que de otros; yo no quiero de ningún modo una fusión. El camino que he seguido desde hace casi veinte años, está sometido a un examen canónico. Hago mi deber, soportando con paciencia todas las pruebas de esta Obra, bendecida por los más grandes siervos de Dios.

Dios ha salido siempre en su defensa y vosotras debéis recordar lo que sucedió en Coutances, en Fréjus y en otros lugares cuando se la ha perseguido. Yo nunca quise venganza, pero, lo repito, Dios ha hecho justicia.

Mis queridas hijas, vosotras y yo no somos sino débiles instrumentos que Dios quiere para esta Obra eminentemente reparadora; continuamente se me asegura que dicha Obra está llamada a hacer mucho bien.

Creo que no soy demasiado exigente si os pido algún centenar de francos. Sé que tenéis muchas cargas, pero también tenéis que reconocer lo que os he dicho en las dos últimas cartas: ¿Qué hubierais hecho en Aulnay si hubierais ido sin mí? ¿Y en caso de rehusar, no teméis los tristes frutos de la ingratitud?”

Antes de vuestra respuesta no quiero añadir nada más.

Todos los días pido a Dios para que os ilumine, os recuerde los primeros votos y os bendiga”.

“Es necesario estar dispuestos a morir a todo, no importa cuándo y cómo. No basta sólo con decirlo o escribirlo”.

“Tengo lo que necesito para el día y unas treinta monedas en el bolsillo, mi soledad es completa como también la paz del corazón. A imitación de los misioneros siento un abandono total y nunca como ahora he practicado las virtudes teologales. Gracias, Dios mío, por la fe, la esperanza y la caridad que me concedes”.

“Aunque no lo diga, quiero que sepáis que no olvido a nadie, guardad estas cartas y, queridas hermanas, ellas serán vuestro pasaporte para el cielo”.

Sor Ana le envía alguna respuesta balsámica ya que intelectualmente es la mejor preparada. La Madre escribe a su prima María.

“Mi querida María, me apresuro a decirte que en este momento recibo una carta de Sor Ana que, por su sencillez y claridad, vale más que el oro”. Madre Le Dieu, meditando sobre las vicisitudes de Aulnay, escribe: “Quizá hubiera sido mejor no haber tenido tanta paciencia y tanta esperanza de que podría vencer la rebelión con la dulzura.

El buen Dios juzgará en última instancia, mientras yo hubiera podido reprocharme por no haber usado estos medios”.

“Es un fastidio repetir siempre las mismas cosas, pero yo me veo obligada a usar con todos el mismo lenguaje; para mí es un aburrimiento y lo hago en espíritu de penitencia. Preferiría inventar desde el principio una historia más divertida que la mía”. ¡Tantas dificultades no logran apagar el sabio humor! Es emocionante ver a esta anciana con cuánta complacencia enseña a todos la fotografía de la comunidad de Aulnay, aunque el grupo fotográfico suscite críticas. Este episodio nos demuestra su gran afecto por aquella casa: “una superiora religiosa me dice que, a su parecer, la fotografía de nuestra pequeña casa no será del agrado de todos, a nadie se le ha pasado por la mente nada parecido. Ella observa que el párroco, que es muy joven, está en medio de las religiosas. Sé que en Roma son muy susceptibles, pero, si se mira atentamente, no hay nada que recriminar, porque se trata de mujeres que han pasado los sesenta o los cuarenta. La prudencia nunca es demasiada, hablaré con el Padre Laureçot”.

Cuando su obra nació sana y fuerte en la ciudad eterna, quizá sin quererlo, en su inconsciente se tomó una revancha contándoselo a todos los que le habían hecho sufrir. Escribe al Padre Robert una carta muy dura.

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