sábado, 16 de julio de 2011

151.- Un día feliz entre tantos

El 18 de mayo de 1883 la marquesa Serlupi, habiendo escuchado al director Viti, aconseja comprar al menos cinco camas y no aplazar la Obra.

“Bien, responde Madre Le Dieu, pero tenemos que estar seguras de que podemos quedarnos en S. Esteban para no tener que oír que hemos fracasado por segunda vez, como en la calle de las Mantellate”.

El 20 de mayo visitó al Card. Vicario, que la recibió con un aire un tanto altivo, pero poco a poco adquirió una mayor benevolencia y confirmó su disposición para aprobar la Obra, de la que comprendía la necesidad, siempre que se encontrara un director que fuera sacerdote.

Le hablé de los obstáculos encontrados en la calle de las Mantellate, de la casa de S. Esteban Rotondo, del patronato de mujeres que se estaba formando y de las ayudas que esperábamos. Su Eminencia bendice todo y promete bendecir nuestros niños que le presentaremos cuanto antes, y de los que, una vez más, pregunta la edad.

No hace ninguna observación sobre el nuevo artículo que hemos preparado y aprueba verbalmente todo.

–Es el Santo Padre –dice al Cardenal despidiéndola afablemente– el que pide garantías para las congregaciones que desean establecerse en Roma.

–Es más que justo, Eminencia, y nosotras nos alegramos de podérselas ofrecer, dependiendo completamente de usted y actuando junto al patronato que se está formando para nuestra querida misión.

El 18 de junio, encontrándose en Francia, escribe: “Ahora tenemos algo más que una simple promesa... El alcalde, junto a muchos miembros del consejo municipal, ha aprobado la Obra.

Estamos buscando una casa mientras se está formando un patronato para sostener la Obra. Los principales párrocos de la ciudad se encargan de la dirección religiosa.

Habríamos comenzado ya en el lugar donde nos encontramos si éste no estuviera dentro de la zona destinada a edificar un cuartel militar. Dentro de algunas semanas nos ocuparemos del nuevo domicilio y difundiremos el programa impreso en italiano, en inglés y en otras lenguas, para dar a conocer esta obra de la santa infancia, tan necesaria aquí como en China.

Cuando esta obra esté funcionando diré con mucho gusto el Nunc dimitis, porque confieso que me siento poco apegada a esta tierra, pero como se necesitan brazos para trabajar me quedo en mi sitio, como San Martín, hasta que Dios quiera”.

En una carta a la marquesa Serlupi, dice: “En la calle Merulana, nº 90, se encuentran todas las indicaciones necesarias sobre la construcción del nuevo cuartel, pero después de una visita hecha al lugar, la casa que nos parece más conveniente para el presente y para el futuro es la de la calle Tasso, nº 46, que quedará libre cuando los Padres Bigi dejen la que están ocupando.

Los Padres Bigi parecen contentos de tenernos como vecinas y prometen ayudarnos”.

Por fin, el 18 de julio, puede anotar muy feliz: “Finalmente nos hemos trasladado sin demasiadas fatigas a una casita casi en medio del campo (calle Tasso) y, gracias a Dios, estamos menos solas que en San Esteban. El ecónomo de los Padres Redentoristas se encarga de los gastos del traslado. Y ¿las condiciones de la casa? Espero al ingeniero y al encargado para arreglar lo más indispensable, es decir, hacer que se cierren sólidamente puertas y ventanas, preparar las habitaciones para los niños y para nosotras, sin esto la casa sería inhabitable; rehabilitar una terraza para secar la ropa. El suplicio de la espera comienza de nuevo aquí; no podemos dejar la casa en estas condiciones, es necesario cambiar las cerraduras que no cierran.

Confieso que no me imaginaba que estuviera tan mal, bonita por fuera, pero muy distinta por dentro, de haberlo sabido hubiera esperado antes de hacer un contrato en plena regla”.

Sin embargo, el 15 de julio se hizo un contrato de alquiler por un año y fue pagado un bimestre anticipado por 110 liras. Los Padres Pasionistas mandaron un cáliz con la patena, un misal, un alba, dos casullas completas una blanca y una roja, y unos manteles para el altar.

El 2 de agosto escribe: “Un día feliz entre tantos. Debo resaltar el insigne favor celestial de la bendición de nuestra casita impartida por la autoridad competente; el párroco de San Juan de Letrán ha venido antes de las siete con su clero”.

Recordamos los hechos con las palabras de la Fundadora: “El 4 de agosto de 1883 dos carrozas se paran ante la puerta; de una baja Sor Carolina, superiora del asilo de las Zoccolette, y una señora con el niño que ella nos había prometido, en la otra los familiares, el tío y la tía. Sor Carolina deja un pequeño paquete y una moneda de 50 liras, pero ningún certificado; si no hubiera venido ella en persona no habría aceptado al niño porque estando él sólo nos daría más trabajo. Por otra parte (raro solus, nunquam duo, semper tres), es decir, raramente uno sólo, nunca dos, siempre tres. He aquí la Obra comenzada de nuevo para los niños. Sor San Joseph entra corriendo, diciendo que en casa del párroco ha encontrado otro niño preparado para venir, es Carlo Paolini, al cual no ha podido decir que no: ¿en qué condiciones? La postulante (Sor Rafaela) ofrece su jergón; por suerte hay dos camitas que trajeron ayer y podemos usarlas aunque estén incompletas.

Jesús y María, ayudadnos a cuidar de estos dos niños; que no pierdan su inocencia.

El 14 de agosto de 1883 es un día todavía más memorable. He escrito al cardenal Vicario: “Eminencia, los Padres Pasionistas, que nos dirigen, nos ayudarán con mucho gusto en el servicio religioso si Su Eminencia nos permite gozar, en nuestro oratorio, de los privilegios concedidos a nuestro Instituto en cualquier lugar y siempre, por el Rescripto del Santo Padre Pío_IX, es decir, la Misa, el Santísimo, la bendición con la Píxide y la indulgencia plenaria cotidiana para los vivos y los difuntos. Por tanto, suplicamos humildemente a Su Eminencia que conceda esta gracia a nuestra Obra Reparadora ya bendecida”.

El secretario del párroco de San Juan firmó la súplica y Madre Le Dieu fue al Vaticano para encontrarse con el cardenal Vicario.

“Cuando me acerco presentándole a los dos niños, el Cardenal sonríe y los acaricia diciendo:

–¿Cómo me trae a estos niños?

–Eminencia, para que reciban su bendición. Ya se lo había dicho anteriormente a Su Eminencia y mantengo la palabra; son los primeros que ha mandado la Provi­dencia.

El Cardenal nos manda sentar con una benevolencia nunca vista. Le explico lo que quiero que él conozca bien y le presento la súplica que esta vez lee despacio y con atención.

–Mandaré a visitar la casa, dijo con aire cada vez más alegre.

–Cuanto antes mejor, Eminencia. El Cardenal acarició a los niños y los bendijo con una gran cordialidad y con el rostro tan contento y afable que me quedé sorprendida.

Mons. Fausti, que en el Vicariado había demostrado siempre una gran desconfianza hacia nosotras, se presentó como visitador. Pidió ver el Rescripto del Santo Padre y le di la copia compulsada por la Nunciatura de París; visitó con gran interés todos los rincones del pequeño domicilio. Yo misma le acompañé a ver al Padre Alessio para asegurarle que podríamos tener la Misa con mucha frecuencia. Pareció interesarse de todo. Sólo observó:

–Pienso que para tener el Santísimo deberíais ser tres o cuatro, mejor cuatro.

–Bien, ahora somos tres y pronto seremos más.

–Entonces tendréis la Misa.

–Nosotras deseamos todos los demás privilegios que son nuestros tesoros y nuestra fuerza.

–Os daré la respuesta.

–Iremos nosotras a por ella sin que usted se mo­leste”.

El día 1 de septiembre, Madre Le Dieu fue a ver al cardenal Vicario, ¡cómo había cambiado desde la última vez!

“Los privilegios del Rescripto, dice, se refieren a los obispos y en Roma no hay obispo. Hablaré con el Santo Padre, puede que tenga otra idea donde fundamentarse, es decir, dinero seguro para el presente; la Providencia no parece suficiente para usted como tampoco para los demás”.

Dios es dueño de los corazones a los que inspira y cambia como quiere. Iré adelante hasta que pueda y, mientras tanto, mandaré a Viti la carta siguiente:

“Le ruego fijar el día y la hora en que podamos vernos, me alegro de saber que la petición que he hecho al Ayuntamiento en nombre de la humanidad, está en sus manos y, para venir a su encuentro, es necesario que nos entendamos perfectamente en lo que me sea posible”.

El 8 de septiembre, volviendo a casa después de una de las habituales correrías, se detuvo en las Religiosas de la Consolación; la superiora le dijo que el inspector del asilo de las Termes, que había ido a verla algunos días antes, le había rogado que acogiera a los niños que dependían de él. Ella le respondió que no podía contentarlo y le indicó la casa de Madre Le Dieu.

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