miércoles, 13 de julio de 2011

148.- Tenía el corazón lleno de lágrimas

Madre Le Dieu, para abreviar y evitar que le denegaran también la residencia, a mediados de septiembre de 1882, entrega los dos niños al P. Giordano, poniendo así fin a la experiencia del Protectorado.

En su diario escribe: “He esperado a que terminase la novena en las Religiosas Mantellate, donde hacían de monaguillos. Nunca en Roma había experimentado una pena tan grande como la de ver a aquellos pequeños infelices recaer de nuevo en los peligros que desde hacía seis meses habíamos evitado. ¡De cuántas situaciones difíciles les hemos prevenido día y noche! Afortunadamente Dios no nos abandona. Tenía el corazón lleno de lágrimas”.

Esta expresión “tenía el corazón lleno de lágrimas”, jamás le había salido de la pluma, ni siquiera en los momentos más dolorosos. Al sol de la Eucaristía, su corazón ha madurado una maternidad espiritual tan intensa que quien le quita los niños le hace sufrir más que si la rasgaran la carne.

Terminado el mes de octubre, Madre Le Dieu se moverá sin aliento por las calles de Roma en busca de un alojamiento.

Hasta el 17 de noviembre se aloja provisionalmente en casa de una cierta condesa de nombre Bosco. “Pensando en nuestro bolsillo, es la única casa que nos conviene”.

El 9 de noviembre escribe: “Es difícil anotar todos los contratiempos, las caminatas, las fatigas de estos últimos días”. Ciertamente no era el peso del bolsillo el que me causaba molestias; creo que nunca ha estado tan ligero. La religiosa, que no sabía que estaba vacío, pasando ayer por una casquería pidió dos libras de callos a cuatro perras, para los tres días que se puede comer carne a la semana.

Sólo tenía 50 céntimos y le respondí sencillamente que no tenía dinero, sin decirle claramente que no sabía dónde encontrar dos libras de pan para hoy, no exagero, y sólo lo digo para recordar las gracias que Dios nos da. Esta mañana he recitado el Padre Nuestro, pidiendo el pan de cada día; Él me ha procurado un billete con el que podremos obtenerlo durante algunos días. Pensaba que se tratara de dos liras, pero cuando lo cambié me dieron diez, ¡gracias, Dios mío!; ahora tendremos un poco de carne y sopa de la que tuvimos que hacer de menos la semana pasada, sea a causa del dinero sea a causa de la salud de la propietaria, que no soporta el olor del carbón. El fuego lo encendemos lo menos posible para mantener la paz, contentándonos, desde hace tres días, con un trozo de salchichón y comiendo casi todo frío. No nos hemos muerto, pero no es ningún gusto.

Siempre hay alguien más desgraciado que nosotras, yo doy gracias a la Providencia que nos sostiene viniéndonos al encuentro”.

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