lunes, 18 de julio de 2011

152.- A la luz de su estrella

El inspector del asilo de las Termes dijo: “He oído hablar de la Obra; una señora me ha hecho notar que no es muy prudente confiar los niños a personas extranjeras que están empezando ahora su trabajo. Sus enseñanzas no están reconocidas por las autoridades. Me gustaría saber, añade, lo que piensa el cardenal Vicario”.

El 7 de octubre la superiora de las Religiosas de la Consolación vio al Cardenal, el cual le dijo sin dudar: “Conozco y estimo a estas religiosas y tengo una particular veneración por la perseverancia de su Fundadora. No tienen medios, pero las dejo libres con su confianza en la Providencia. Si alguien quisiera ayudarlas, yo estaré contento”.

“Dios mío, anota Madre Le Dieu, ¡qué gracia tan grande la disposición del Cardenal!”. La superiora de la Consolación, sin perder tiempo, corre al Ayuntamiento para hacer esta declaración y encarga al primer asesor que la transmita al inspector del asilo de las Termes. La Fundadora observa: “Me parece bien que el Santo Padre haya animado al Cardenal y le haya hecho comprender que la obra de la santa infancia se puede realizar aquí como en otro lugar”.

El nuevo viento que sopla sobre la Urbe no consigue todavía barrer la miseria. El 16 de octubre, a una hora inoportuna, Madre Le Dieu recibió un aviso por correo. “Como una verdadera pobrecilla, dice en el diario, me puse a calcular la suma para pagar las deudas más urgentes y, con la sencilla alegría de la famosa lechera, veía que tenía asegurada la comida y el alojamiento hasta finales de año. Me acerqué a pie hasta la plaza de San Silvestre.

A la luz de mi estrella tuve que reconocer que tenía cien liras en lugar de las 354. ¡Qué decepción, vaya cálcu­lo! Sólo comida y alojamiento; del resto se tendrá que encargar la Providencia. ¡Providencia de Dios no nos abandones!”.

Madre Le Dieu hace esta clara presentación de la obra recién nacida, para el cardenal Vicario que anteriormente se lo había solicitado: “El instituto de la Religiosas de San José, Auxiliares Católicas, autorizado por el Sumo Pontífice León XIII para poner el centro de su misión en Roma bajo la dirección y protección inmediata de la Santa Sede, se dedica de manera especial a la importantísima obra de la educación de los niños pobres. Además de la obra de la casa cuna y del asilo de los niños, tan necesarias para las madres de familia, admite en el Protectorado a los niños completamente abandonados, donde reciben todos los cuidados necesarios; la formación se les dará según las aptitudes y posibilidades de cada uno. Cuando alcancen la mayoría de edad dejarán el Protectorado y se les entregará una dote proporcionada a su trabajo y a su buena conducta. El instituto también ayuda a los alumnos a integrarse en la sociedad.

El fin de la Obra es el de acoger al mayor número posible de niños abandonados, sin distinción de religión o de patria”.

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