lunes, 25 de julio de 2011

157.- A cada uno lo suyo

“Señor Superior, en el mes de agosto de 1879 hice un viaje al Monte San Miguel para ponerme de acuerdo con usted sobre las cuentas que todavía hoy no están definitivamente saldadas acerca de la gestión de aquella casa. Para conservar la posesión y gozar de los bienes que yo tenía que recibir ha hecho valer una letra de cambio que dejé al administrador cuando me fui al sur. Yo, de ningún modo, he rectificado tan injusto recibo. He tardado en decírselo porque siempre esperaba volverle a ver y recordarle lo que sucedió y que usted ya bien conoce. También conoce las considerables pérdidas que he tenido en el Monte San Miguel. Ya que Mons. Bravard ha retenido los fondos que debían habérseme entregado para sufragar los gastos indispensables del orfanato, he tenido que anticipar más de 20.000 francos y, como sabe, también he tenido que pedir algunos préstamos, cosa que no hubiera sido necesario si, además de las grandes sumas que habían dado para nosotros en la Abadía, me hubieran entregado el sueldo del Estado que del 15 de junio de 1866 al 15 de diciembre de 1869 sumaba ya la cantidad de 45.000 francos.

Sin pedir nada por mi trabajo (más aún dejando 1.000 francos al año de mi pensión) sólo he reclamado 20.000 francos para pagar a la señora Lacorne, la cual, tras las promesas del Obispo había depositado 12.000 francos como fianza ante el mismo administrador, quien le ha hecho perder 8.000; usted sabe que esto representaba toda su riqueza. El silencio de Mons. Bravard durante cuatro años, y luego su fuerte oposición, nos han causado la pérdida de los bienes a las dos.

Me han aconsejado ceder los derechos a una Sociedad para recuperar el dinero; esta misma sociedad, teniendo en cuenta todos los cobros, exigiría a mi administrador dicha letra de cambio. Existen pruebas evidentes de estas apropiaciones indebidas de las que usted se ha aprovechado. Para liberar a la pobre viuda de su gran miseria no me queda otra salida si no es arreglar las cosas amigablemente. Hago, por tanto, una llamada a su justicia, aún renunciando a lo que por derecho me pertenecía hace 15 años, aunque los intereses casi hayan duplicado nuestras pérdidas y vuestras ganancias. Piénselo bien ante Dios, usted y yo nos encaminamos velozmente hacia Su Tribunal que no puede ser engañado con cálculos falsos o sutiles.

Restitúyame los 20.000 francos para los que le daré facilidades de pago.

Si cediera mis derechos, como se me ha propuesto, usted tendría una culpa aún más grave. Espero que no renuncie a este acuerdo y quiera darme su confirmación positiva”.

En su diario la Madre comenta:

“Si el Padre Robert no restituye los bienes que ha adquirido injustamente, y de los que injustamente goza, pronto verá que Dios no deja impune la violación de sus mandamientos, ni los anatemas de la Iglesia. Todo lo que sufrimos desde hace tantos años la pobre Alina y yo, grita venganza ante Dios”.

A Sor San Paul le escribe una carta bastante ponderada. Las expresiones más fuertes van dirigidas al párroco Coullemont que, ciertamente, leería la carta. Como por ejemplo: “A ti hija te lo digo y tu “nuera” me entiende”.

Mi querida hija, he sabido con satisfacción que los trabajos del Protectorado de Aulnay continúan, que esperáis un centenar de niños para la apertura y que nada obstaculiza vuestro camino.

También tú estarás contenta de saber que Dios ha bendecido abundante y visiblemente mi venida a Roma; un documento oficial aprueba aquí el centro de nuestra Obra que dependerá directamente del Romano Pontífice, mediante un cardenal Protector.

Lamento no haber vuelto hace cuatro años, nuestra situación hubiera sido muy diferente para unos y para otros; pero no me remuerde la conciencia porque día a día he hecho todo lo que he podido y he creído que era voluntad de Dios.

Si yo reconozco con satisfacción lo que habéis trabajado por la Obra sosteniendo la asociación civil que habíamos formado, también vosotras debéis reconocer que, sin mis bienes, ciertamente no hubierais podido tener lo que hoy existe. Recordad que habéis venido solamente con lo puesto, una con el vestido bretón y la otra con el normando. Por tanto, no podéis negarme el derecho a una pensión proporcional a la edad y a la necesidad.

Por eso me aseguraréis una renta anual de 1.200 francos por 10 años pagables al trimestre, comenzando desde hoy, o bien una cantidad de 12.000 francos de una sola vez. En este último caso renunciaría a los derechos de la propiedad que luego vosotras podríais administrar libremente.

Sin embargo, tened presente que haciendo esto, guiadas por los intereses de la dirección que ahora seguís, vuestro futuro se limitará al lugar donde ahora os encontráis.

¡Que el Señor os bendiga! No he sido yo quien os ha puesto fuera de la sociedad de las Auxiliares Católicas, ahora reconocida ya dos veces por la autoridad infalible de la Santa Sede; habéis sido vosotras, pobres jóvenes, las que os habéis alejado y habéis despreciado las sagradas promesas hechas a Dios y que habían sido, durante tantos años, vuestra fuerza. Habéis seguido consejos muy limitados e intereses particulares.

Vosotras queréis asumir solas la gran responsabilidad de la santa vocación, pero parece que os habéis olvidado completamente de la ternura materna de la que os he dado prueba durante mucho tiempo. Os escribo con la habitual sinceridad y en la caridad de mi corazón perdono todo lo que me habéis hecho sufrir desde hace tres años. Mi querida Sor San Paul, si hubiera dependido de ti hubieras cumplido tus promesas: tú tienes un corazón noble y generoso por naturaleza. Yo rezo para que retomes las convicciones de un principio; sería para ti, créelo, motivo de alegría y honor. ¿Y quién te sucedería si la Obra dejara de caminar bajo la dirección de las Auxiliares Católicas que ahora, según mis deseos, pasarán bajo la dirección y la protección de la suprema Autoridad?

Por eso vuelve a tu madre; sé con ella un solo corazón y una sola alma. El director que ahora dirige la Obra en Aulnay, cobrando un sueldo, es capaz de llevarla adelante sólo por intereses materiales; que siga. Lo digo de nuevo y sinceramente: ¡Que el Señor os bendiga por la andadura que aparentemente mantiene la Obra!

Reflexionad, hija mía, y ved la diferencia entre estos últimos tiempos y aquellos en los que íbamos de acuerdo, en los que ordenábamos nuestra vida, comunicando y compartiendo todo: Sor San Michel de sus cosas, nosotras de lo que pasaba en casa, y yo de lo que hacía por el bien de todas”.

Como Sor San Paul mantenía un silencio de tumba, la Madre se lamentó así: “La compadezco, hija mía, porque ha perdido no sólo su afecto por mí, sino también una buena educación; se responde hasta al perro que parece cuidarla. Pero, lo repito, no es su corazón el que la obliga a actuar así. Usted sola podría entenderse perfectamente conmigo. ¡El Señor la bendiga y le inspire la justicia y la caridad en la cual la abrazo!”.

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