jueves, 6 de enero de 2011

04.- O esposa de Jesús o la muerte

A los doce años, después de una esmerada preparación y una ardiente espera, recibió la Primera Comunión y se sintió toda de Jesús. Hubiera podido decir con San Pablo: “he sido tomada por Cristo”. Su ardor Eucarístico se concretó en este propósito: “o esposa de Jesús o la muerte”.

En su alma la vocación religiosa resplandecía como el sol, pero se presentaba bivalente: de hecho la adolescente se sentía atraída simultáneamente a la vida contemplativa y a la vida misionera. Los padres eran excelentes cristianos, pero querían que su hija inteligente, rica y guapa brillase en la sociedad y por eso estaban dispuestos a ponerle cualquier obstáculo para impedirle que se “encerrara” en un monasterio. Especialmente su padre, sin ella, hubiera sentido faltarle la vida. Por temor a que un instituto religioso hubiera podido ofrecer un ambiente favorable a la vocación, decidieron hacerle estudiar en un colegio laico y eligieron el de Rennes, donde tuvo por compañeras a dos hermanas del futuro general Ridouahle, que estaría al mando de las tropas francesas en Roma.

El tesoro de su corazón, que era la Eucaristía, se encontraba también en Rennes y junto al Sacramento de la Confir­mación avivaron la llama del amor de Dios.

A los dieciocho años, en la lozanía de su primavera, está de nuevo con la familia, pero con la juventud ha florecido también la vocación, que una sólida cultura ha hecho más consciente.

Los padres son inamovibles, pero ella logra que le prometan que cumplidos los veinte años la dejarán libre. El padre adoptó la táctica del temporizador, pero Victorine emitió los votos privados e inició la práctica de la comunión cotidiana que era muy rara en aquella época. Los enfermos y los niños gozaban del cuidado de aquella joven consagrada. En París pasó las fiestas de Pascua de 1829, pero la magia de la capital no tuvo ninguna influencia en ella. Sólo recordará el comportamiento religioso de algunas personas de la corte que seguían la solemne procesión del Corpus Cristi.

El año siguiente lo pasó en Poitiers, donde sufrió bastante cuando tuvo que asistir a los sacrílegos atentados contra las iglesias, a la profanación del crucifijo que fue tirado y pisoteado en las calles. Aquel fue el dolor más grande de su primera juventud.

Con el corazón dolorido participó de las ceremonias religiosas, que fueron organizadas para reparar el sacrilegio. En aquel fervor popular sintió nacerle en el corazón la vocación de alma reparadora. En Poitiers conoció a la Condesa Lusignano e hizo grandes amistades con todas las religiosas de la ciudad, de manera especial con las del Carmelo, por las que se sentía atraída. Allí le llegó la noticia de que la Virgen se había aparecido a Sor Caterine Labouré.

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