miércoles, 12 de enero de 2011

09.- El año de la esperanza y la desilusión

Victorine comenzaba sus 27 años de edad en la calle, entre los relinchos de los caballos, en la confusión ensordecedora de los pasajeros ajetreados e indiferentes unos de otros. Comenzaba su cumpleaños mientras sus seres queridos ge­mían de dolor por su culpa. El Padre Mesnildot, que la esperaba en la estación, la llevó a Santa Clotilde.

Los primeros tiempos que Victorine pasó aquí no han dejado huella. Pero hay un detalle que ilumina este período. Una gran cruz de madera extendía sus brazos sobre el verde del bosque en el fondo del camino. Al lado de aquella cruz, la aspirante sacaba fuerzas para llevar la suya. La hija, implorando el consentimiento, había escrito cartas llenas de ternura a sus adorables padres, pero éstos se habían atrincherado en el silencio.

El 2 de julio tuvo lugar la vestición religiosa que, para ella, estuvo envuelta en una profunda tristeza y tuvo también un toque de tinte teatral.

Evidentemente la tristeza derivaba de la ausencia querida por sus padres, que en aquella ceremonia veían más que nada un funeral. Los colores del escenario estaban llenos de una práctica muy en boga en aquel momento, pero que a Victorine no le gustaba. A menudo, las aspirantes venían de familias más bien modestas y aquella renuncia tan lujosa resultaba falsa. La aspirante se tenía que presentar delante del altar con trajes lujosos para manifestar mejor todo aquello que dejaba. Victorine, que desde la Primera Comunión se vestía sencilla y modesta, se tuvo que presentar ataviada de seda y oro, con vestidos y joyas de una señora más bien desconocida. Pero bajo aquellos vestidos fingidos, había mucha sinceridad en la donación.

La íntima unión con Dios, el espíritu de mortificación y por supuesto el silencio cada vez más angustioso de sus padres, hacen mella en el buen corazón y en el sistema nervioso, que también puede quebrarse.

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