viernes, 21 de enero de 2011

16.- El verde eterno cubre el campo del Señor

Se quedó a vivir en Fréjus con su padre donde surgió una profunda amistad con dos familias: la de la señora Lagostena y la del Vicario general Barnieu. Estas amistades fueron de gran consuelo para el anciano padre. En el jardín de su casa prepararon un oratorio, donde los dos, padre e hija, pasaban largas horas en oración y contemplación. En este período de tiempo se enfermó la chica que tenían con ellos, Josephine James y Victorine fue hermana y madre para ella.

No le resultó muy difícil presentarse al Vicario General e incluso al Obispo que se entusiasmó de la obra y exhortó a Victorine a comenzar enseguida. Pero Victorine quiere caminar siempre con pies de plomo.

En 1856 se distinguen dos períodos: uno de desánimo y otro de entusiasmo. El primero lo describe así: “He tenido que resignarme a la vegetación triste de una planta en suelo extranjero, al cautiverio de un pájaro nacido libre al que encierran en una jaula estrecha. Me ha costado mucho, pero me he sometido. Mi corazón se ha encogido y la lucha me ha vuelto el ánimo débil y desconfiado; pero la gracia divina me ha dado una gran luz y me ha hecho comprender mi nulidad y la de las criaturas. El amor de Dios puede renovar la tierra”.

El período de entusiasmo fue animado por la carta apostólica, que Pío IX había enviado a todos los Obispos del mundo. Las expresiones que más gustaban a Victorine eran las siguientes: “El Señor cumple un designio lleno de sabiduría y la caridad cristiana se derrama siempre más abundantemente; se manifiesta con esplendores siempre más fuertes, por medio de otras obras que crea; piedras preciosas que cubren el campo del Señor como un verde eterno. Pero sólo crecerán, se de­sarrollarán y producirán sus frutos si se nutren y fortifican en el espíritu de unidad, que es propio de la religión católica.

Para conservar esta unidad es necesario que dependan del Romano Pontífice, el cual desde su cátedra suprema, regula y dirige las diferentes obras, de modo que, quedando cada una libre de gobernar y administrar los propios asuntos, aprenda del Padre común lo que debe ser una ventaja para la Iglesia universal, de la que Dios mismo le ha confiado el cuidado”. “Estos santos y nobles pensamientos han orientado constantemente todas mis acciones, antes y después de aquel tiempo”.

Esta exhortación pontificia multiplicó en el corazón de Victorine la pasión de la catolicidad que se irradia de la cátedra del Vicario de Cristo. Su lema de alma reparadora será: nada sin el Papa. Sí, su existencia ve desarrolladas en su integridad las tres dimensiones que la caracterizan: Adoración Reparadora a Jesús Sacramentado; devoción filial a la Virgen Reconciliadora; obediencia incondicional al Vicario de Jesucristo.

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