miércoles, 19 de enero de 2011

14.- El milagro firma el mensaje

El clima mediterráneo de aquella ciudad resultó muy beneficioso para el padre pero inclemente para la hija, que muy pronto estuvo a punto de perder la vida. Desde el lecho, que creía de muerte, escribió al Obispo para encomendarle su proyecto de la Adoración Reparadora perpetua y le suplicó que confiara esta tarea a las religiosas de la Esperanza.

Después de casi cuatro meses de tratamiento los médicos le aconsejaron el aire de montaña. ¿Qué mejor ocasión para visitar la Salette que, a pesar de las luchas y contradicciones, atraía cada vez a más gente??

El 19 de septiembre de 1846 la Virgen se había aparecido en el monte de la Salette a dos pastorcillos. Los dos niños, al describir a la Virgen, se expresaban así: “Parece una madre derrotada por sus hijos y huida al monte”. Sería difícil expresar mejor la angustia que la Virgen siente ante el aumento del mal moral en el mundo.

Por eso la Virgen, entre lágrimas, exhortaba a la conversión y a la penitencia. La autoridad eclesiástica diocesana reconoció el carácter sobrenatural de la aparición, edificó en el monte un santuario, y para su servicio, fundó la Congregación de los Misioneros de la Salette.

El 20 de junio de 1854 Victorine, desahuciada por los médicos, emprende la peregrinación a la Santa Montaña. Ella misma nos lo describe en su pequeña autobiografía:

“El 20 de junio de 1854 me vistieron, me pusieron en una carroza, junto con mesas, colchones y almohadas. Mi padre subió con la religiosa que me asistía desde el comienzo de mi enfermedad y con otra persona muy querida. En la primera parada de Toulón a Marsella me levanté y me sentí curada.

Soporté el viaje, que duró dos días y una noche, y, llegada a la santa Montaña me encontraba tan bien que ya no necesitaba de los cuidados de quienes me asistían, y así pude volver a casa sola.

En el otoño siguiente tuvimos que volver al sur. Estando mi padre en peores condiciones, mi trabajo se duplicó y enfermé de nuevo.

Durante los cinco meses que estuve enferma recibí varias veces la santa comunión por viático.

Los médicos probaron varios tratamientos y se vieron obligados a suspenderlos, ante mi extrema debilidad. Desde hacía más de dos años tenía dañado el pulmón derecho y expectoraciones de sangre, que me producían a menudo una fuerte anemia. Mis piernas, cubiertas de sudor, estaban frías y como paralizadas. Mi voz, apagada casi totalmente y, a pesar del régimen alimenticio tónico y reconstituyente observado día y noche, el pulso era muy débil.

Decidimos un segundo viaje a la Salette y partimos hacía la mitad de julio de 1855. A duras penas pude dar algunos pasos hasta el coche. Era por la tarde y temía una noche de fatiga, pero la buena Madre no me hizo esperar su ayuda: desde el primer momento del viaje desaparecieron la debilidad, los dolores y la expectoración de sangre de tal manera que al día siguiente, al llegar a San Maximino, pude hacer la peregrinación a la gruta de Santa María Magdalena. Desde las tres de la mañana hasta las diez de la noche he podido caminar, hablar y hasta cantar sin sentir ningún malestar ni en el corazón ni en los pulmones y desde entonces ninguno de estos síntomas han vuelto a aparecer. Y como prometí en ese momento, volví nueve veces a la Salette en acción de gracias. Transcurridos dos meses de estancia en ese santo lugar regresamos al sur”.

Victorine, que había heredado de su madre la devoción a la Virgen, en el mensaje de la Salette vio aprobada y confirmada su intuición fundamental: con Jesús Reparador reparamos los pecados de los hombres. Y la Virgen, que ella sentía siempre cerca como Madre amantísima, se le muestra como Reconciliadora.

Con los pulmones nuevos respiraba el aire místico que emanaba de la Salette, cuando el mundo católico fue inundado de un gran fervor mariano: Pío IX, el 8 de diciembre de 1854 había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Victorine, que se encontraba en Hyères, no fue ajena a este gran fervor. Narramos el fragmento de sus memorias en el que nos recuerda aquel acontecimiento, porque esto nos muestra la dialéctica dogmática de la que Victorine estaba dotada.

“Grandes fueron las fiestas y la alegría de aquel día cuando espontáneamente se iluminaron todas las ventanas de las casas. Incluso algunos protestantes participaron en esta demostración para honrar a la Madre de Dios.

El mensaje de la Salette, aureolado por el entusiasmo místico de la proclamación del dogma, se convirtió en el alma de su alma. De ahora en adelante la vida de Victorine será la encarnación de este ideal: Reparación. “Sentí la necesidad de una inmensa reparación”.

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