martes, 18 de enero de 2011

13.- La concha y la perla

La muerte de Augusto deja como única heredera del patrimonio a Victorine. Ella, que se ha consagrado al Señor, desea ardientemente entregarle también sus bie­nes. Compra una bonita casa, que debe ser como la concha que protege la perla, y la perla es para ella la capilla que será destinada a la Adoración Eucarística. La casa está en función de la capilla y ésta, a su vez, en función de la Adoración Reparadora.

Los familiares no le ahorran críticas y burlas, y diversas personas de negocios, con los que tuvo contacto por sus adquisiciones, hicieron grandes especulaciones comprendiendo que la señorita cedía evangélicamente el vestido a quien le pedía el manto.

La enfermedad del padre y las obras de caridad, que aumentaban de día en día, la obligaron a renunciar a la Tercera Orden Carmelita, en la que había hecho la profesión.

Acogió en casa a un tío enfermo. Era un buen hombre, pero se había formado una filosofía y una religión a su uso y consumo.

Los cuidados cariñosos y la piedad radiante de la sobrina trajeron luz y pusieron orden en el caos mental por el que atravesaba aquel pobre hombre que reconoció sus errores y recibió la comunión. Pocos días después, guiado por la oración de su sobrina, se presentaba sereno en la casa del Padre.

En este período de tiempo entró en la casa Le Dieu como sirvienta una joven y fue para ella como la hermana menor. Su nombre, que no debemos olvidar, es Josephine James. Ahora el único fin y la única ocupación existencial de la vida de Victorine era la Adoración Reparadora, pero también trabajaba mucho en las obras de apostolado, colaborando de lleno con su prima Águeda, con quien congeniaba muy bien.

Victorine, habiendo perdido ya toda esperanza de entrar en una congregación religiosa, aspiraba sólo a tener el Santísimo Sacramento en su oratorio y, en todo caso, vestir un hábito discreto y de corte religioso.

Animada por el Obispo y los párrocos se dedicó en cuerpo y alma a organizar en la diócesis un gran movimiento de Adoración Eucarística. Su oratorio debería ser el núcleo central, mejor dicho, el corazón del fervor eucarístico a escala diocesana.

Pero la salud del padre hizo que no pudiera realizar este proyecto. El Señor Félix necesitaba aire cálido y por eso Victorine lo acompañó a Hyères en el sur de Francia a finales de 1853.

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