domingo, 23 de enero de 2011

18.- Sola solita a los pies del buen Jesús

Pasando por París se encontró con S. Julián Eymard.

Estas dos almas, abrasadas de amor eucarístico tanto una como otra, no podían no entenderse.

Jesús es Víctima y Sacerdote. San Paulino de Nola decía: “Víctima de su sacerdocio y sacerdocio de su Víctima”. Estas dos almas eucarísticas eran a la vez también ellas víctimas y sacerdotes; pero mientras en S. Julián primaba el carisma del sacerdote, en Victorine se acentuaba claramente el de víctima. Cuando su lenguaje no era común, sin duda resultaba complementario. La simple presencia de una, era muy elocuente para la otra alma eucarística. Sea como fuere, el santo formuló su pensamiento también en términos de lenguaje común: “Hija mía -dijo– usted está preparada espiritualmente para comenzar esta santa obra. Pida a su Obispo únicamente el Smo. Sacramento para su oratorio y luego sola solita, a los pies del buen Jesús, déjelo actuar. Él llamará a quien tenga que unirse a usted. No es usted quien tiene que recoger todos los materiales para esta obra: dé solamente lo que tenga sin reserva. Aunque se quede sola para dar gracias, habrá hecho lo que tenía que hacer, quizá Dios no cumpla su obra hasta después de su muerte”. La respuesta de S. Julián Eymard parece más iluminadora que la del Cura de Ars. Estaríamos tentados de afirmar que también en la santidad se necesita un poquito de suerte. San Julián no había dado en el clavo: para realizar la obra de la Adoración Reparadora, como primera condición se requería el permiso del Obispo para tener el Santísimo. Él había sido muy explícito: “Pida al Obispo el Santísimo para su oratorio”. Victorine, sin poner impedimentos, se presentó ante el Obispo, que desgraciadamente había sufrido una parálisis. Él se limitó a bendecir y a confiar esto a su Consejo. En aquella época era muy difícil obtener el permiso para tener el Santísimo en un oratorio privado.

Los párrocos vieron con simpatía la obra de la Adoración Reparadora y apoyaron con entusiasmo la petición. Pero la barca fue empujada hacia atrás en alta mar justo cuando creía tocar la orilla. Los responsables, más o menos, razonaron así: El Obispo está a punto de morir y no sabemos si la obra que estamos estudiando será del agrado de su sucesor, el cual podría pensar que, durante la enfermedad de su predecesor, nosotros hemos abusado de nuestro poder.

El segundo Vicario General le sugirió que estableciera la obra en las Carmelitas de Avranches, como una rama de su Instituto, pero la Congregación, aún sin rechazar la idea, propuso a Victorine que por el momento comenzara la experiencia en su oratorio.

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