viernes, 7 de enero de 2011

05.- El futuro se quiebra

La nueva ola de fervor mariano la preparó a la muerte de su hermano Eduardo, que murió el 18 de diciembre de 1830. A este joven universitario le fue truncada la vida a sus veinte años, cuando tenía un futuro lleno de promesas y esperanzas. Para confortar a sus padres, abatidos por el dolor, tuvo que olvidarse del suyo, que la acompañó durante toda la vida. Medio siglo después, el sentimiento será tan vivo que escribe: “Querido hermano, pide por mí, que nunca he dejado de amarte. Ayúdame y protégeme, como lo hacías siempre. Hace más de cincuenta años que te he perdido y mi cariño hacia ti está siempre vivo. San Bernardo también amaba a su hermano Gérard; Dios no condena el afecto que no nos aleja de Él”.

Menos mal que su fe, que había crecido más que ella, le daba mucho consuelo. El final de Eduardo la confortó tanto que la impulsaba a pensar que partía para gozar de una vida mejor.

La muerte de su hermano la hacía más alérgica a las cosas de la vida mundana, pero al mismo tiempo “su futuro se había quebrado”. Con la desaparición de Eduardo termina el vía lucis y comienza el vía crucis. Las fiestas le gustan cada vez menos. De niña huía de ellas por instinto, ahora las evita por convicción.

La nobleza de la familia, la cultura, y el encanto llaman la atención del mundo que le sonríe y le ofrece a manos llenas sus favores. Muchos años después anotará en su diario: “Se me presentaban perspectivas muy seductoras, que no se podían imaginar ni siquiera en una situación como la mía. Pero yo no tenía ningún mérito en rechazarlas, porque me sentía inclinada a pasar por alto, de manera natural todas las alegrías terrenas”. Así se explica la opinión poco favorable a propósito de una poesía amorosa que un joven maestro compuso para ella: “Yo creo que es bastante ridícula. El pobre maestro cree que ha compuesto una poesía maravillosa”.

Jesús era el dueño absoluto de su corazón y ella, a toda costa, quería permanecer en su seguimiento, pero ¿de dónde sacar fuerza para tocar el corazón de los padres, ya que había sido roto por la muerte de Eduardo? Encontró un aliado en la persona del misionero padre Mesnildot, que dirigía el instituto de Sta. Clotilde y había abandonado París por las revueltas políticas que ocasionaron la caída de Carlos X.

El óptimo sacerdote había llegado a ser padre espiritual de la familia Le Dieu. El padre, después de tantas esperanzas y desilusiones, y viendo que su hija pierde la salud, le promete un retiro breve en el Carmelo pero luego se arrepiente. Victorine está decidida a marchar sin su permiso, cuando se presenta la ocasión de acompañar a su madre, que tiene que ir a París para algunos asuntos. Y así, después de tantos anhelos, Victorine puede cruzar los umbrales de una casa religiosa y retirarse algunos meses en las Agustinas de la calle des Sévres. El 28 de agosto de 1833, la Virgen Morena, consoladora de los afligidos, la ve postrada a sus pies, renacida y feliz.

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