jueves, 13 de enero de 2011

10.- La naturaleza se venga

Cuatro días después de la vestición, la naturaleza se vengó. Una fiebre cerebral redujo a Victorine casi a la muerte. Ella, con su estilo vivaz, escribe en su diario: “Enseguida avisaron a mi familia. Mi pobre madre acudió a verme llevándome el voto positivo de mi padre, de no oponerse más a mi vocación si Dios me conservaba la vida”. El primer peligro pasó. El señor Félix había dicho burlándose: “Mejor muerta que monja”. Ahora, ante la muerte, exclama: “Jesús, cúramela y yo te la doy”. Pero le costó.

Ésta es la carta que, escrita por el marido, la madre entregó a su hija postrada en la cama donde se debatía entre la vida y la muerte:

“Le Havre, 17 de Julio de 1836.

Mi querida Victorine, en este momento recibo una carta del capellán Faure en la que me informa que estás enferma. Como sabes, estoy trabajando en Le Havre, y no pudiendo ir yo, tu buena madre saldrá esta tarde en el primer coche para ir a verte y prestarte todos los cuidados que necesites.

Cuando te fuiste, nos dejaste a todos consternados, hiciste derramar muchas lágrimas a tu madre, que nunca se resignará a tu ausencia. Tú conoces su gran sensibilidad y el apego ilimitado a sus hijos.

No te hablaré de mí: tu marcha me ha destrozado. Pero ahora quiero olvidar el pasado y pedirte, si es posible, que tú hagas lo mismo. Por eso, mi querida Victorine, ahora sólo deseo que estés tranquila y calmes tu ánimo para que se restablezca tu salud tan necesaria para nuestra felicidad.

Espero que Dios tenga piedad de nosotros; tu sacrificio no está todavía cumplido. Cualquier cosa que ocurra, sea según su Voluntad.

Te doy mi bendición, querida hija, y hoy te doy el beso que te negué cuando dejaste esta casa.

Mi querida Victorine, te abrazo con todo mi corazón.

Tu afligido y siempre cariñoso padre Le Dieu”.

Cuando la hija superó la crisis, la madre volvió a casa y se preparó para un nuevo sacrificio. Para dar una sólida educación a su hijo Augusto lo llevó a un colegio; pero esta vez habían escogido un Instituto religioso. No había peligro que en aquella cabeza loca despuntara una vocación religiosa.

La santa mujer, que había ido a París para acompañar a Augusto al colegio, fue a ver a su hija para darle la alegría del consenso perfecto, se mostró animada y alegre, pero de vuelta a casa el 23 de octubre fue truncada por una apoplejía fulminante. El pobre padre comunicó a los superiores de Sta. Clotilde la enorme desdicha y se apresuró a decirles que, para no faltar a la promesa que había hecho al Señor durante la enfermedad de su hija renunciaba, incluso, a verla. Las religiosas, ante tan heroica renuncia y emocionadas por su gran dolor, animaron a la hija a ir con el padre y quedarse algunos meses a su lado. Ella tiene la alegría de poder llevar en su casa el hábito religioso. ¿Pero podría esto sustituir a la madre? ¿Y acaso el trauma de la separación había sido extraño a aquella muerte repentina?

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