domingo, 30 de enero de 2011

24.- Una maravilla del occidente

Cuando en el Canal de la Mancha el cielo está sereno, a doce kilómetros de Avranches, emergiendo del mar, se eleva la punta rocosa del Monte San Miguel.

Como flores que brotan de la roca, anhelan al cielo de zafiro los cien pináculos de la basílica, que es abrazada por la Abadía.

En torno al solemne monumento, como arrodilladas en el verde, humildes y bonitas se extienden las casitas de los pescadores. Cuando sube la marea, que en el Canal de la Mancha alcanza los doce metros, la corta tira de tierra que une el Monte al continente queda casi sumergida y entonces San Miguel emerge de las aguas aún más bello; entre los colores del cielo y del mar brilla como una joya flotante. La deliciosa unión entre arte y naturaleza, la amplitud del panorama, la magia de los colores del cielo, de la tierra y del mar hacen de San Miguel la maravilla de Occidente.

Victorine, tras cerrar los ojos a la luz de Avranches, entre las primeras imágenes, en su fantasía poética, se graba aquella visión de ensueño.

Desde el año 965 los Benedictinos de aquel Monte elevaban al cielo la oración litúrgica; la revolución transformó la Abadía en un penal, primero para el clero que no había querido prestar juramento a la República, y luego, para los presos civiles. Cuando en octubre de 1863 los presidiarios fueron trasladados a las colonias, Madre Le Dieu pidió al gobierno la Abadía para que fuera la cuna de la Obra Reparadora. Habló con su obispo, Mons. Bravard, que obtuvo del Estado el Monumento en alquiler, pagando una cantidad puramente simbólica.

Evidentemente, el Obispo creyó que aquel complejo de edificios tan amplios era demasiado grande para una comunidad de pocas hermanas, y pensó llevar el Monumento al antiguo esplendor benedictino. Según su objetivo allí debían surgir muchas obras, y el lugar restaurado debería ser lugar de peregrinación y de turismo. Ciertamente las hermanas eran necesarias, pero la señorita Le Dieu con pocas compañeras, ¿habría podido hacer frente a las necesidades que para el nacimiento de aquel centro histórico se presentaban tan enormes?

Con este fin él había fundado una Congregación de Misioneros Diocesanos. Las religiosas eran indispensables allá arriba, pero era necesario un Instituto bien consolidado.

¿Cuáles eran las energías de las que disponía Sor Le Dieu con pocas compañeras que parecían tener escasos recursos?

Él llamo a la puerta de varias congregaciones obteniendo siempre resultados negativos.

Ninguna superiora quería poner en peligro a sus hijas entre las murallas de un viejo penal, por lo que el Pastor se replegó sobre Sor Le Dieu.

Así se explican las largas y duras negociaciones entre la Fundadora y el Obispo.

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