domingo, 9 de enero de 2011

06.- Flor blanca para la Virgen Morena

La Virgen de Bonne Délivrance o Virgen Morena tiene una historia que Victorine conocía muy bien. Ya en el siglo XI, en la Iglesia de San Etienne des Grès de París, una gran afluencia de fieles se acercaban a la estatua milagrosa. Esta escultura parece de madera y, sin embargo, es de piedra pintada, de un metro y medio de alta, tiene un velo blanco, un amplio vestido rojo y el cetro en la mano. Con la mano izquierda sostiene al Niño Jesús, que apoya la manita sobre el cuello de la Madre y con la derecha sostiene el mundo sobre el que se apoya una cruz.

Ante esta estatua se postraron Santo Domingo, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y San Francisco de Sales. Este último, todavía estudiante de teología, turbado por una duda que lo llevó casi a la muerte. Con la fuerza especulativa de su talento se había enredado en el océano sin límites de la predestinación, que constituía el principal problema de la teología de la época. El joven santo, que estudiaba la teología para vivirla, amenazó naufragar en la tormentosa duda: “¿Me salvaré o me condenaré?”. Después de haber llorado muchas lágrimas ante aquella estatua, formuló esta oración con mucho amor: “Virgen santa, Madre de Jesús y Madre mía, si está predestinado que yo me condene, que se haga la voluntad de Dios, pero tú concédeme la gracia de que aún en las penas eternas, yo continúe amando al Señor con todas las fuerzas de mi alma”. Terminada la oración, el joven santo sintió circular por sus miembros un nuevo vigor y se levantó completamente curado y sano.

A los pies de aquella estatua muchos fundadores habían sido inspirados para crear su obra. A los pies de aquella estatua se levantaron animosos el venerable Olier para fundar el seminario de San Sulpicio, el Padre Charles Poullard para dar vida a los Padres del Santo Espíritu, San Vicente de Paúl para lanzar a la conquista del mundo las Religiosas de la Caridad y los Lazaristas. También Don Bosco vendrá a tomar fuerzas a los pies de la Virgen Morena.

A la revolución no se le podía escapar la importancia de la estatua, que fue subastada públicamente. La Condesa de Carignan, S. Maurice, la rescató comprándola como si fuera mármol y la escondió en su casa, en la calle Notre Dame des Champs. Una vez pasada la revolución, la Condesa donó la estatua a las Agustinas, que la entronizaron en su capilla el 1 de julio de 1806.

Victorine derrama su perfume virginal a los pies de la Madre del Santo Amor. El capellán de las Agustinas, que a menudo contemplaba en oración a su hermana Sofía Barat, se conmovió del ardor místico de nuestra joven, le concedió el permiso de emitir los votos perpetuos y la encomendó a las religiosas, que le confiaron el oficio de ayudar a la sacristana.

Bajo la mirada de la Virgen Morena, sirviendo a su Esposo Divino, Victorine se sintió la reina del universo: había encontrado su Tabor del cual sus padres habían intentado hacerla bajar.

Los superiores le propusieron la vestición dos veces y ella hubiera aceptado si sus padres no se hubieran opuesto por enésima vez. El padre, para hacerla volver, le prometió que, al cabo de seis meses, la dejaría libre para seguir su vocación. No podían resistir vivir por más tiempo sin Victorine. El Padre Barat le escribió un atestado en el que afirmaba “estar plenamente convencido de que aquel viaje entraba dentro de los designios de Dios; que su vocación era segura y que, cuando terminara la prueba, sólo una orden de los Superiores o la clausura de la casa religiosa, a causa de la revolución, habría podido retenerla en el mundo”.

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