lunes, 24 de enero de 2011

19.- Roma la llama

En aquella época se había anunciado la canonización de los mártires japoneses y se estaban organizando peregrinaciones a Roma.

A Victorine se le despertó el deseo de visitar al Papa. El Vicario, que la estimaba mucho y además sentía algún remordimiento por no haberla contentado, le sugirió que pidiera directamente a Roma el permiso para tener el Santísimo en casa. La peregrina nos cuenta:

“Valiéndome de gente que conocía al embajador francés en Roma, me decidí a hacer este viaje que, a causa de una fuerte prueba, tuve que hacer sola pero con mucha alegría, esperanza y abandono. Hubiera sido muy feliz de poderme arrojar como S. Ignacio a los pies del S. Padre, renovar mis votos en sus manos y recibir de Él mi misión”.

A finales de mayo se fue a Roma. Para obtener la aprobación de su proyecto, ella tenía dos caminos: el ordinario o el extraordinario. El ordinario consistía en presentar a la Congregación competente la petición con el visto bueno del Obispo; pero este camino fue rechazado de entrada porque Victorine sólo poseía recomendaciones, que no tenían nada que ver con el documento episcopal que se requería de las congregaciones romanas. Quedaba el camino extraordinario: pedir directamente al Papa la aprobación de la obra. Esta hipótesis contrariaba a Victorine, la cual era alérgica por naturaleza a las recomendaciones que consideraba como una pantalla interpuesta entre la libertad humana y la voluntad divina. El Carmelita, padre Eliseo, la animó en este sentido: “Hay que ver si la idea viene de Dios; si viene de Dios, Él se la inspirará al Santo Padre, sin que nadie le influya para bien o para mal”.

Después de varias peripecias, Victorine envió la petición que, firmada por un sacerdote francés, pasó a la mesa de Mons. Pacca.

El cardenal Villecourt, para apoyar la petición, le escribió una recomendación, pero le rogó que la usará sólo en caso de extrema necesidad. La nota decía graciosamente así: “La pía suplicante merece, bajo todos los aspectos, que su petición sea escuchada”.

Victorine, después de haber rezado mucho, escribió esta petición:

Beatísimo Padre, dedicada completamente a la Adoración Repara­dora, a la que he consagrado la casa y una renta perpetua para mantenerla como mejor se pueda, la señorita Le Dieu de la Ruaudière de la diócesis de Coutances y Avranches, humildemente postrada a los pies de Su Santidad, osa pedir el Smo. Sacramento para el oratorio de su casa, la facultad de celebrar el Santo Sacrificio todos los días del año con la bendición de la Píxide y la indulgencia plenaria cotidiana para vivos y difuntos. Desea poder instituir la misma Obra con los mismos privilegios y donde sea posible para la mayor gloria de Dios, la conversión de los pecadores y la liberación de las almas del Purgatorio, y suplica a Su Santidad que, no obstante haya alguna dificultad, la presente sea por usted aprobada y válida en perpetuo.

Roma, 26 de Noviembre del año de gracia 1862.

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