martes, 1 de febrero de 2011

27.- La Hostia Divina, fuente de toda vida

La síntesis armoniosa entre reparación contemplativa y reparación apostólica, vivida en un clima gozoso en la familia, sugirió a la Fundadora la feliz fórmula que caracteriza y caracterizará en el futuro la espiritualidad de Madre Le Dieu.

“El triple fin de nuestra querida Obra en el Monte, santificado por el santo Arcángel, potente patrón de las obras reparadoras, se encuentra al completo: Repara­ción a Dios con la Adoración; Reparación de las almas con el retiro; Reparación de la sociedad con la educación de los niños pobres. ¡Que Dios sea bendito por la parte que nos ha reservado a nosotras, pobres obreras de la undécima hora!”

La Hostia Divina, fuente de vida, crea en la comunidad la comunión apostólica que Madre Le Dieu describe en estos términos: “Nuestra vida debe expresar mucha sencillez, dulzura, equidad; un solo corazón, una sola alma. La unión sincera de la caridad perfecta; la unión con Dios: he aquí el fin al que las verdaderas adoradoras deben continuamente tender. Si este camino no fuera seguido al pie de la letra, nuestro Instituto sería del todo inútil y yo aceptaría gustosa su completa desa­parición, Dios lo sabe: ésta es mi fuerza, ésta es mi paz, y la paz reinará y brillará cuando llegue la hora de Dios. ¡Cuánta confianza y cuánta alegría me produce este pensamiento día y noche! ¿Podrá el buen Dios abandonar sus promesas y sus gracias? Él ha venido a traer fuego a la tierra y, ¿qué desea sino que se encienda?”.

Con inmensa alegría, la Fundadora, en la cuna de su Obra ve realizado su ideal: “He sido seguida por mis buenas hijas, que tienen un espíritu de sacrificio verdaderamente admirable, que dan a Dios todo lo que poseen, es decir, el tiempo y las fuerzas.

Las hermanas, que tenían en mí una confianza filial, evitaron con la gracia divina muchos peligros. Era Dios verdaderamente el que las conducía por medio de esta confianza. Durante dos años tuvimos seis confesores, nada más contrario para la unión de los corazones y de las almas. Sin embargo, no obstante los caracteres tan diferentes, el buen espíritu las mantenía a todas unidas y era para mí un gran aliento, porque este hecho constituía una prueba clara de una verdadera vocación”.

La Fundadora que, como ella misma dice, no se contenta fácilmente, exige en sumo grado la buena voluntad, que llama vestidura nupcial. “Es nuestro deber recibir, soportar, iluminar y sostener con la paciencia y la caridad del corazón de Jesús a todas las almas débiles, enfermas y rechazadas por los demás. Pero de ellas se debe pretender la buena voluntad, es la vestidura nupcial obligatoria; sin ella sería imposible hacerles el bien, mientras ellas podrían hacerse daño a sí mismas y a los demás”.

El espíritu de San Francisco de Sales, que difunde dulzura evangélica, hizo su ingreso triunfal en la comunidad eucarística del Monte San Miguel. La Fundadora escribe: “Me puse en la presencia de Dios con mi compañera para ver lo que podíamos seguir de las Constituciones de San Francisco de Sales e integrarlo en nuestras obras, tan diferentes de las suyas. Tomamos al pie de la letra todo lo que fue posible y enviamos al Obispo una copia, escrita según nuestra conciencia, para someterlo a su aprobación.

Pero a la Fundadora, que tenía grandes proyectos, no le bastaba un solo doctor de la Iglesia, necesitaba al menos dos; por eso adoptó la Regla de San Agustín.

Madre Le Dieu descubre en el Monte San Miguel el valor ascético del trabajo apostólico y comprende que, para cumplirlo bien, el primer medio es la cultura.

Ella había estudiado hasta los 18 años y luego siempre se había instruido con lecturas seleccionadas. Para nosotros, que vivimos en el siglo de la democratización de la cultura, es verdaderamente sorprendente leer esta noticia: “Dos religiosas se dedican a estudiar y, teniendo en cuenta el poco tiempo disponible, hacen notables progresos”. Además, estas hermanas, para mantener limpios los locales, tan sucios y desordenados, y sobre todo para el cuidado de los niños, como veremos, hacen un trabajo superior a sus fuerzas: “No se echan atrás y no pierden ni un minuto”.

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