sábado, 12 de febrero de 2011

36.- Nido al sol

Aquellas hermanas se sintieron madres para los huerfanitos y como tales los amaban, los cuidaban y los formaban; para educar bien es necesario tener mucha alegría y mucho amor, y aquellas vírgenes valientes, guiadas por la Fundadora, entregaban la vida para crear un ambiente acogedor y lleno de calor familiar. Los rostros de aquellos necesitados aparecían serenos y no tenían ningún signo de nostalgia familiar, ellos se encontraban en familia. Cada religiosa, después del Santísimo, amaba a aquellos niños.

Al cabo de dos años el orfanato está a pleno ritmo y el periódico del Avranchin ya se interesa por él: “Domingo, 5 de Julio de 1868, el obispo de Coutances y Avranches había interrumpido las visitas pastorales en nuestros pueblos para tomarse unos días de descanso entre sus queridos niños del Monte San Miguel, porque el trabajo en medio de ellos es un descanso para el corazón. Él mismo había querido recoger las primicias de la dorada mies, que sus religiosas de San José de la Adoración cultivaban para el cielo con una incansable dedicación. El Obispo distribuyó el Pan Eucarístico a los niños que hicieron la Primera Comunión en aquella casa, y por la tarde les administró la Confirmación. El sereno recogimiento de los pequeños, la alegría del Padre Bourbon, que los había preparado con tanta ilusión, y la de las hermanas que habían colaborado con todo el corazón como verdaderas madres, el fervor que reinaba en la humilde capilla preparada para la ocasión, todo esto, incluido el esplendor de un precioso día de verano, que se irradiaba en el maravilloso panorama del Monte y de la playa, todo, digo, contribuía a suscitar en las almas una dulce y profunda emoción. También el Obispo lo compartía: De hecho, cada vez que tomaba la palabra, se reflejaba la emoción. Al ver los buenos resultados todos tomábamos parte de sus esperanzas. Padre Hémain, cura del Monte San Miguel, aprovechó la ocasión para ofrecer la gracia de la Confirmación a aquellos feligreses que todavía no habían recibido este Sacramento. Ellos se arrodillaron al lado de los niños del orfanato y cuando éstos, al final de aquella bonita jornada, expresaron su agradecimiento al Obispo, al Abad Tanquerel, a todos los benefactores, también un niño del Monte se dirigió al Obispo con palabras de agradecimiento”.

La piedad eucarística en el Monte San Miguel era ardiente. Una segunda lámpara, que la Madre llamaba reparadora, se consumía ante el Santísimo como signo del alma que adora reparando. Las lámparas de aceite, junto a las lámparas vivas, se consumían iluminando el Sagrario, y el trabajo formativo crecía armoniosamente cuando se condensaron los nubarrones y se desencadenó el temporal que destruyó el nido de las palomas.

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