sábado, 19 de febrero de 2011

43.- Eminencia gris y guerra fría

Después de pocos días de convalecencia y mucha nostalgia volvió con sus hijas, donde encontró todo cambiado, excepto el ánimo que se había mantenido sano y devoto. “El Padre Robert quería suprimir los puntos fundamentales de la Obra Reparadora y las Constituciones. Presentando las reglas de su Congregación de Pontigny, que le parecían más razonables, consideraba muy fácil y justo hacernos Pontignanas y declararse abiertamente superior general. Nunca he pensado en ceder ante estas pretensiones: es a la única cosa a la que no me he sometido, porque no quiero destruir la Obra de Dios”. El Padre Robert en relación con el Obispo asumió el papel de eminencia gris y declaró la guerra fría hasta el punto de controlar las confesiones. La Fundadora, con su estilo natural, anota: “Con el tiempo, esperamos poder calmar un poco y cambiar la mente y el corazón de los habitantes del Monte, injustamente enfadados contra el Obispo. Ellos nos habían acogido con alegría y contaban con nosotras para cuidar de sus enfermos y de sus niños; era el único medio para ganarnos su afecto, pero se nos prohibió acercarnos y tratar con ellos. Sometiéndonos a esta prohibición, éramos también nosotras objeto del odio que ellos habían jurado y que cada día crecía contra la Administración de la Abadía; todo esto nos alejaba de la misión reparadora que habríamos podido realizar con éxito”.

También fue lugar de choque violento el orfanato, al que Madre Le Dieu había dado un estilo evangélico, el cual era contrario a los intereses económicos que en aquel período estaban salvaguardados, ya que las restauraciones tragaban francos a millares. Madre Le Dieu escribe a Mons. Bravard: “Por ahora no podemos contar con el trabajo de los niños; no les dejamos nunca desocupados, pero pensamos que su inteligencia y sus fuerzas se deben desarrollar. Nuestro modo de actuar lo ha aprobado mucha gente y ya se ven óptimos resultados. Esperamos que tomen el relevo otros jóvenes sanos e inteligentes. Ellos ya nos ayudan en todos los trabajos externos y lo hacen con gusto, sin dejar aparte sus deberes escolares. Casi todos se comportan bastante bien, y en general estamos satisfechas. Hemos cogido en alquiler un pequeño terreno en la playa para que las vacas y los niños se expansionen.

Nos han aconsejado que pidamos en concesión una parte de la playa para el orfanato; esto nos aseguraría su continuidad y nos permitiría tener un mayor número de niños y mantenerlos hasta la juventud. Muchos, creyendo que ayudaban a nuestra Obra, llevaban dones y ofertas a la Abadía, que se mostraba unida a nosotras para sacar provecho del interés que inspiraba el orfanato; pero no nos daban nada o casi nada. Dios ha permitido estas pruebas y Él mismo ha sostenido nuestro ánimo. Al principio del invierno hice unas compras de vestuario y alimentos, segura de que la Providencia me lo habría compensado. Tuve que anticipar ocho mil francos para mantener la Obra del orfanato y la del retiro. En aquel momento hice también una adquisición bastante buena para la pequeña propiedad de Avranches, que nos podría ser útil si Dios nos llamase a abrir una casa en nuestro pueblo”. En el Monte San Miguel no faltaron los desprecios. La Madre anota: ”El agua potable que antes teníamos en abundancia, comenzaba a escasear: se prefería que otros se la llevaran antes que nosotros”. Una de las espinas más dolorosas para la Fundadora era la antipatía que allá arriba los habitantes nutrían por las personas del culto, en las que veían amos y competidores. No toleraban el mercadeo religioso que, a veces, surge en los alrededores de los santuarios.

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