domingo, 6 de febrero de 2011

32.- Que yo sea para Jesús como una nueva humanidad

Si la intimidad y la unión vital entre Jesús y los cristianos es tal, es bastante obvia la exhortación del Apóstol: “Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. La doctrina de San Pablo exige nuestra muerte mística en la cruz con Cristo, de modo que podamos decir: “Estoy crucificado con Cristo en la cruz”.

Para quien forma parte de un cuerpo cuya Cabeza está coronada de espinas, sería vergonzoso vivir como un miembro delicado; por eso todo bautizado debería orar así: “Oh Fuego Consagrador, Espíritu de Amor, ven a mi alma para que se haga como una encarnación del Verbo; que yo sea para Él como una humanidad añadida en la que Jesús renueve todo su Misterio”.

Todo su Misterio Pascual, que no consta sólo del Viernes Santo, sino también de la mañana de la Resurrección.

El Misterio Pascual es el drama de amor de cuatro actos: Pasión y Muerte de Jesús, Resurrección, Ascensión y Misión del Espíritu Santo, el Consolador que obra en nosotros la primavera de las Bienaventuranzas.

Precisamente dice un poeta que Dios es alegría y por eso ha puesto el sol ante su morada.

Nosotros somos templo del Espíritu Santo y Él no pone ante su morada un sol, sino que dentro de estos templos se coloca a sí mismo como el sol de los gozos eternos.

El Espíritu Consolador inunda nuestras almas de las ale­grías del Resucitado y nos obliga a exclamar como San Pablo: “Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones”. La expresión del apóstol en boca de la Fundadora suena así: “Inspirada en estas palabras: está escrito, he aquí que vengo para hacer tu voluntad, el alma que las ha comprendido sigue con alegría la Palabra Divina y todo lo abandona para seguir al Divino Maestro allí donde la llame”.

“¡Fiat! Repetiré esta palabra hasta el último respiro: es el latido de mi corazón”.

“Es justo completar lo que falta a la Pasión del Salvador, como dice San Pablo, es decir, nuestros sacrificios personales, por eso Fiat”.

En esta esfera de los gozos del Espíritu Santo se incluyen las alegrías de la maternidad espiritual. Con la virginidad la religiosa no renuncia a la maternidad: ella, ofreciendo al Señor la descendencia física, obtiene de su Esposo Divino el don sublime de generar almas. Amando con corazón indiviso a Jesús, la casta esposa consigue la suma fecundidad: regenerar las almas a la vida de la gracia. A imitación de la Virgen de la vírgenes armoniza también ella el esplendor de la virginidad con las alegrías de la maternidad. Pero lo que mayormente embriaga a la esposa de Jesús es la alegría que, con su fecundidad espiritual, ella procura al Señor. Así, puede hacer suya la expresión: “La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.

Madre Le Dieu anhela también una arquitectura eucarís­tica.

El Sagrario sea el corazón de la casa, por eso todos los locales converjan en la capilla, a la que tengan acceso rápido y fácil.

La colmena de Dios zumbaba feliz y las vírgenes generosas ardían del deseo de consagrarse al Esposo Divino. Como en todos los acontecimientos solemnes debemos ceder la pluma a la protagonista de esta his­toria.

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