martes, 15 de febrero de 2011

39.- Que se escuche también a la otra parte

El Obispo, dotado de espíritu apostólico, era un hombre bastante iluminado. De hecho, él, como secretario, eligió un hombre con cultura y distinguido escritor. Éste era Mons. Du Manoir, primo de Madre Le Dieu, de la que, ciertamente, más de una vez habló bien de ella a su superior.

El Obispo se hará acompañar al Concilio por Mons. Du Manoir, el cual presentará a Pío IX una brillante monografía que había escrito en el Monte San Miguel.

Madre Le Dieu reconoce méritos en el Obispo y los subraya con alegría: “Nuestro Pastor es un hombre prudente y al mismo tiempo profundamente piadoso. La justicia y el buen corazón le hacían volver a nosotras. Él se veía obligado a admitir que nosotras éramos fieles a los compromisos tomados, más de lo debido y, a veces, era muy feliz de hacernos el bien o de contentarnos”. Mons. Bravard tiene expresiones sabias como éstas: “No se puede decir que la señorita Le Dieu haya soñado todo”. ”El Monte San Miguel no se hizo en un día, ni en un año ni en dos. Para rehacerlo también se necesita mucho valor. Por tanto tenga paciencia, procure ir adelante con los medios que tenga; en lo sucesivo quizá pueda hacer como mejor quiera”. “Querida hija, cuatro personas son suficientes para comenzar, en adelante si fuera necesario podrá admitir alguna otra postulante. Siga esta regla y dude siempre de su celo, que es demasiado ardiente, y sería peligroso si faltase una perfecta obediencia. La bendigo y le deseo que todo esto le ayude para el tiempo y para la eternidad”.

Madre Le Dieu, que ha recibido una educación refinada antes de hacer juicios molestos a cuenta de su Pastor, hace esta premisa: “Es difícil que en mi alma y en mi conciencia forme un juicio temerario, y más difícil aún que condene sin una certeza absoluta, pero nada me impide llamar blanco al blanco y negro al negro. El Obispo me escribió una carta que rompí para no ponerlo en ridículo y para no mostrar la injusticia de su conducta. Poco después vino al Monte y asustó y espantó de tal manera a Sor San Augustin, que la pobrecilla se echó a sus pies llorando y, creyendo que todo estaba perdido, intentó defenderme”.

La Fundadora atribuye a su carácter impetuoso y a la mala educación estos arrebatos que asustaban a las hermanas.

“Las palabras del Obispo confirman mi primera impresión sobre su carácter que era difícil por falta de una buena educación. Pero yo debía considerarlo como Superior absoluto de su diócesis y, por consiguiente, como el que me manifestaba la Voluntad divina, si bien en un modo poco gentil ni deseado. Él nunca ha tenido una palabra amable o alentadora para nosotras y nunca se ha ahorrado los reproches. Por todas estas pruebas, bendito sea el Señor, al cual todas nuestras fatigas iban dirigidas”.

Madre Le Dieu confiesa con honestidad: “A menudo una cosa me llama la atención: el Obispo se ha interesado por nosotras sin escuchar las malas lenguas. Él confesaba que se sentía obligado a ayudarnos, no obstante sus prevenciones y sus temores. Creo sinceramente que el Obispo tenía momentos de buena voluntad y si no se hubiera dejado llevar por influencias falsas y tristes hubiera logrado su intención, y además muy pronto”.

Madre Le Dieu escribe acerca de la personalidad y la conducta del padre Robert: “En noviembre de 1868 hice imprimir boletines de adhesión y suscripciones a favor de nuestra obra.

Muchas razones me aconsejaban a servirme de ellas para fundar una granja agrícola a nombre nuestro y para obtener el terreno de la playa. Pero esto aumentaba los celos del Padre Robert, que deseaba el monopolio de todas las obras del Monte San Miguel para su Congregación, y viendo que los visitantes se interesaban más por nuestro orfanato que por todas sus obras, quería absolutamente convertirse en jefe. Si él hubiera compartido nuestro modo de ver los intereses civiles, y sobre todo religiosos, de aquellos niños que nosotras aceptábamos sólo por la gloria de Dios y para su salvación, la cosa habría sido muy diferente”.

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