martes, 15 de febrero de 2011

40.- Ropas toscas y corazón de reina

En aquel Monte los niños atraían la atención de los forasteros, sobre todo porque estaban bien cuidados. Las ofertas que hacían al orfanato le venían muy bien al director-empresario y por eso se las quitaba a las hermanas. Además veía en la Madre una rival demasiado peligrosa y mucho más afortunada que él. Con aquellas ropas toscas, pero limpias, caminaba majestuosamente la noble señora, sobre cuyo rostro resplandecía la nobleza de la familia y la nobleza eucarística. El trato señorial y la maternidad espiritual conquistaban a los niños y a los visitantes. Ella tenía para su orfanato proyectos grandiosos: quería crear una granja escuela modelo, en la cual los niños pudieran aspirar a ser ingenieros agrarios para luego integrarse felizmente en la vida. También quería un trozo de playa donde los huerfanitos pudieran corretear a su gusto, acunados por el mar y acariciados por el sol.

Al Padre Robert, que era bastante déspota, aquella mujer tenía que parecerle un ministro con falda larga, y por eso muy peligrosa. Para deshacerse de ella la única cosa era quitarle los alimentos materiales y espirituales. De hecho, impidió que otros sacerdotes vinieran a dar conferencias y a confesar a las hermanas. La Fundadora,refiriéndose al hecho de que él, único predicador, pertenecía a los religiosos de Pontigny, anota con amarga ironía: “Tuvimos que contentarnos del único pan de Pontigny”.

Cuando la Madre fue a París para obtener la aprobación del Gobierno y subsidios para su orfanato, el Padre Robert se adueñó de todas las riendas. La Madre escribe: “Sabía que el Padre Robert podía hacer cualquier cambio en las prácticas de piedad en las Constituciones, según la facultad que yo le había dado; pero no me podía esperar que tan pronto se adueñara no sólo de toda la dirección, sino de la obra misma, de sus medios y de todas sus entradas, como supe por carta”. Y él presentó a la Superiora al Obispo como una mujer despreocupada, por lo que cuando ella volvió de París, con los favores obtenidos, tuvo del Pastor una acogida casi insolente. Ella misma nos describe la escena dramática.

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