jueves, 17 de febrero de 2011

41.- Resplandor de los sigilos imperiales

“Volví con muchos sigilos imperiales y muchos documentos que aprobaban la utilidad de nuestra querida obra. El Obispo en lugar de participar de la alegría común estuvo extrañamente enojado: ”¿Cómo es que vosotras, siendo tan pocas, sin un nombre, sin dinero, obtenéis el reconocimiento con tanta facilidad? Y yo, que he hecho todo lo posible para que se reconozca civilmente una congregación mejor formada, mucho más seria, no lo he logrado. Váyase al diablo; yo no firmaré”. Y, sin ni siquiera dar una ojeada a los documentos resplandecientes de sigilos imperiales, me mandó tres veces al diablo sin quererme escuchar. No exagero nada y relato todo al pie de la letra. El buen Dios me concedió la gracia de mantener la paciencia y el buen comportamiento ante un Obispo que, sin embargo, rebajaba su dignidad hasta tal punto.

Me contuve, sobre todo para que él no llegase a destruir injustamente el camino religioso, que yo había hecho a costa de tantos sacrificios. Le dejé desahogarse bien, en un silencio que él hubiera querido que rompiera para encontrar el pretexto de culparme de algo; pero no me retiré porque pensaba que podía escuchar antes una palabra sensata. Después de media hora recapacitó y, para reparar su actitud hacia mí, me dijo: “En fin, os daré un buen superior que os cuidará; yo aprobaré lo que él quiera”. “Gracias, respondí, nosotras esperamos siempre en su bondad y en su justicia”. Y me arrodillé para pedirle la bendición que, muy conmovido y quizá todavía confuso, dudó un poco en darme. Luego añadió: “Hoy no se vaya, hija mía, descansará en el Obispado y nuestras hermanas la atenderán”. Le di las gracias diciéndole que iría a la casa del Sagrado Corazón; él insistió y entonces me quedé para que se calmara y reflexionara. Me hizo acomodar en un bonito apartamento; el sirviente y las religiosas que atendían el palacio vinieron varias veces a visitarme. Al día siguiente renovó las promesas de su paterno interés, pero yo no insistí en la petición de su firma para el reconocimiento civil. Dios tenía sus motivos para inspirarme en esto”. Es gracioso que esta mujer provoque envidia en un Obispo. Sin embargo, él no sabe que aquella mujer fue recibida con todos los honores por el cardenal de París Bonnechose y por el Nuncio Chigi. Podemos escucharla contando con mucha vitalidad las dos visitas: “Su Eminencia, demostrando el más vivo interés, me pidió poner bajo su control todas las gestiones en relación al asunto, prometiendo que las apoyaría con su autoridad religiosa y civil, es decir, como cardenal, como Arzobispo y como miembro del gobierno de Francia. “Esté segura, hija mía, –dijo– que el Breve del Santo Padre le permite regularizar su obra como desee. Su Obispo puede quererla o no en su diócesis, pero no tiene derecho a cambiar ni una coma”.

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