martes, 1 de febrero de 2011

26.- Visualizar la caridad

En aquel Monte, bajo las alas del Arcángel –como se expresaba la Madre– nació una comunidad modelo que vivía de la Eucaristía y del trabajo. Junto a una gran regularidad reinaba en todo una perfecta unión.

En el histórico diálogo con Pío IX, la Fundadora dejó una expresión densa de significado bíblico y cargada de una espiritualidad del todo moderna: “La Eucaristía es base y vínculo de toda vida religiosa”.

Cada comunidad, bajo el vínculo de la caridad, debe llegar a ser comunión; comunión de almas y de corazones. Si la Iglesia es por su naturaleza comunión de los santos, las comunidades religiosas representan los lugares privilegiados donde la comunión es más visible para llegar a ser creíbles. La comunión eucarística está llamada a crear la comunión de los santos. La vida en comunión de los bautizados que profesan los consejos evangélicos, tiene que maravillar tanto a quienes los observan, que éstos deben preguntarse: ¿pero cómo lograr amarse como hermanos, si son de diferente raza, edad, condición social, cultura?

A tal pregunta se debe dar una sola respuesta: “Estos son familiares de primer grado, de hecho se nutren cada día de la Sangre de Jesús: por tanto son consanguíneos”. La caridad vivida intensamente debe lograr que se experimente esta consanguineidad eucarística. Los religiosos, que viven la Eucaristía, deben visualizar la verdad que expresa S. Pablo: “Los que nos nutrimos del mismo Pan Eucarístico somos una sola persona”. Cuando quienes observen el fenómeno sublime vean que los componentes de la comunidad son un solo corazón y una sola alma, comprenderán bien que Jesús es Dios. Ésta es la dialéctica que el Redentor usa en el discurso sacerdotal que tiene con los apóstoles poco antes de la Institución de la Eucaristía: “Padre, que ellos sean una cosa sola, como Tú y yo somos uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado”.

Esta riqueza de valores sublimes está muy bien sintetizada por el Concilio Vaticano II: “La Eucaristía se presenta como fuente y culmen de toda la evangelización” .

“Con el Sacramento del Pan Eucarístico viene representada y se cumple la unidad de los fieles que constituyen un solo cuerpo de Cristo”. “La unidad es significada y actuada por la Eucaristía”. “Participando en el Sacrificio Eucarístico, fuente y culmen de toda vida cristiana, los fieles ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella”.

La comunidad se alcanza cuando todos los bautizados, que se unen, marcan el ritmo de su vida al mismo tiempo y en el mismo espacio. La comunión, sin embargo, existe cuando los miembros de la comunidad tienen un solo corazón y una sola alma, es decir, cuando cada uno llora con quien llora y se alegra con quien se alegra. La comunidad es como el cuerpo de la vida religiosa, la comunión, sin embargo, constituye el alma. La perfecta salud de la vida religiosa consiste en tener un alma sana en un cuerpo sano, o sea, óptima comunión en buena comunidad.

La Fundadora comprendió de maravilla esta verdad y, como un alma excepcional, se dio cuenta de que sólo la comunión eucarística crea la comunión de los santos. O sea, que las religiosas viven como hermanas en la medida en que se nutren de la Eucaristía. Pero la comunión de sus religiosas tiene que tener un tono particular: tiene que ser reparadora. La acción reparadora, como se ha dicho, es correlativa al sacrificio; no se repara sin sacrificarse. ¿Pero de qué sirve el pobre sacrificio humano si no está integrado en el de Jesús? Por eso, sólo siendo hostias con Jesús Hostia se puede realizar en el mundo la reparación. Por tanto, cada día las religiosas deben ofrecerse sobre el altar junto a Jesús, pero, además, como víctimas deben ser inmoladas. ¿Cómo? En este caso viene en ayuda de la Fundadora el Fundador (mejor dicho el cofundador) Pío IX, que desea las obras de caridad, “debemos trabajar hasta el fin y probar nuestra fe con la caridad”.

Lacta adurat caritas. La caridad urge, apremia, empuja hacia el apostolado y es por su naturaleza operativa y nos hace trabajar hasta el fin, como dice Pío IX. La Madre y sus hijas, en la comunidad-comunión del Monte San Miguel, descubrieron y experimentaron, en la alegría del Espíritu, el valor redentor del trabajo apostólico: “Cuando en la vida activa se es ordenado es mucho más fácil mantener alto el espíritu, que no tiene tiempo de replegarse en sí mismo”. El trabajo serio y responsable, generalmente, es muy necesario y para muchos indispensable; tengo muchas pruebas. ¡Cuántas cosas me enseña la experiencia, tanto en la vida espiritual como en la material!, y todo esto da fuerza a nuestra santa Obra. El oro pasa por el crisol y lo separa de aquello falso.”

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