jueves, 17 de febrero de 2011

42.- No soy la encargada de lograrlo sino de hacer todo lo posible

“Me dirigí al Nuncio apostólico, el cual, al oír que pertenecía a la diócesis de Coutances, me acogió con estas palabras textuales: “Bien, hija mía, ¿qué tal con su Obispo?” “En realidad, respondí, no vamos muy de acuerdo”. “No es usted la primera que viene a quejarse, querida Madre, ¿qué pasa?”.

Con ciertas personas no son necesarias muchas palabras; por tanto brevemente le expliqué el caso. Su respuesta fue idéntica a la del arzobispo Bonnechose: me aseguró que ningún obispo tenía derecho a cambiar las Constituciones, que podía y debía actuar como me indica el Breve, sin tener necesidad de ningún permiso. Lo que escuchaba me lo habían repetido otras veces, pero aquellas palabras, como nuevas aprobaciones, eran mi luz y mi apoyo.

Entonces decidí retomar las gestiones para obtener un simple reconocimiento civil. Siento que nada podrá destruir esta Obra, a pesar de no saber quién la sostendrá conmigo o después de mí. No soy la encargada de lograrlo, pero sí de hacer todo lo posible; una vez más repito estas palabras y las repetiré quizá muchas más, porque en ellas encuentro luz, fuerza y ánimo”.

En París Madre Le Dieu también se había movido, para abrir otras dos casas en dos diócesis diferentes, para obtener que el Gobierno la reconociera como Fundadora y Superiora General de una congregación, de hecho, para obtener este reconocimiento, el Instituto tenía que estar presente en tres diócesis, pero una grave enfermedad, que cogió en la capital subiendo y bajando innumerables escaleras para llamar a las puertas doradas, acabó con sus planes. Las fuerzas se debilitaron y el monedero se aflojó. Como hacía siempre durante la enfermedad, aumentó su espíritu de alma reparadora y sonrió al dolor. En su diario nos describe esta graciosa escena: “Cuando no me veía obligada a hablar me mantenía retirada, muy tranquila y feliz: sí, feliz, porque, como se me había repetido en la Salette, Dios romperá el instrumento cuando no quiera servirse de él y yo no debo preocuparme”. “Un día el doctor me dijo maravillado y casi enfadado por la paciencia y la alegría que mostraba: “Querida Madre, si yo estuviera en su lugar, me habría comido media sábana”. “De poco me serviría, respondí, porque probablemente tendría que acostarme en la otra mitad”. No podía aguantarse de risa. Me demostró un sincero interés por curarme y lo hizo con mucha cordialidad”.

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